lunes, agosto 15, 2011

Castrado pero feliz

Matute es el gato callejero que, huérfano, adoptaron mis hijas hace seis años. En realidad, nos adoptó él a nosotros. La independencia de estos felinos es tal que, en la práctica, puede decirse que nos toleran como parte de su entorno, siempre y cuando les caigamos bien. Y a Matute parece que le caemos bastante bien. Sus muestras de afecto, aunque limitadas, son entrañables en sí mismas. Cuando se frota su cabeza contra mis piernas, como aceptándome como un igual, sé que no pretende comida; para eso recurre a otra táctica: el insistente ronroneo delante del frigorífico. Aunque protagonista de alguna entrada anterior, hoy quiero hacer referencia a lo bien que vive, el jodío, pese a que, como dice Marian, mi mujer, el pobrecito está castrado. Hicimos caso de la recomendación de la veterinaria y le castramos para evitar peligrosas peleas con otros gatos durante el celo de las hembras. Como él no ha ido a la escuela, no sabe qué es eso de estar castrado y, de hecho, parece no preocuparle en absoluto. Es como dice el título del post: castrado pero feliz.





Cualquier caja o bolsa tienen para él irrresistibles encantos que acaban por seducirle.



Pero es el sillón, sin duda alguna, su territorio predilecto que nos cede como haciéndonos un favor.





Ha explorado cada rincón de la casa...



...y siempre le encuentra alguna utilidad.



Eso sí, a veces le gusta sentirse protagonista y para ello pasa a integrarse en el belén navideño, por poner un ejemplo.



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