sábado, noviembre 23, 2013

Historias de la puta mili

Corría el año 1984. Yo había terminado el año anterior la carrera y con ella las prórrogas para demorar el Servicio Militar Obligatorio existente en aquella época. Como muchos otros españolitos, tocaba incorporarse a filas. Tras mi paso por el CIR (Centro de Instrucción de Reclutas) nº 9 en la localidad gerundense de San Clemente de Sasebas, fui destinado al Cuerpo de Sanidad de Barcelona,


para posteriormente ser destinado al Regimiento de Cazadores de Montaña Arapiles 62, entonces ubicado en Castellciutat, muy próximo a la Seo de Urgell, y de infausto recuerdo para muchos de los que por allí pasamos.


Como no pretendo convertirme en un sucedáneo del abuelo Cebolleta, el personaje de cómic creado por Vázquez, no voy a aburriros con las batallitas por allí vividas durante los casi quince meses que duró mi mili. Pero lo que sí quiero es rememorar aquellos tiempos por medio del calendario que fui confeccionando durante mi estadía en aquél lugar al que hice una vez referencia hace unos años.


En enero conseguí retrasar mi incorporación a filas alegando pies planos. La venganza posterior fue destinarme a Cazadores de Montaña en Pirineos y alargarme la mili.


Aquél año de 1984, además fue bisiesto.


Entre los soldados, era frecuente en la propia gorra hacer tantos palotes como días de mili quedaban para ir tachándolos.


Eso se solía hacer cuando quedaba un reemplazo (noventa días) para licenciarse y recoger la blanca (la cartilla militar).


Yo pretendí ser más original plasmando en forma de calendario alguna que otra de las hazañas que nuestro Regimiento llevaba a cabo.


Siempre había algo que dibujar.


Aunque en agosto nos tomáramos unas merecidas vacaciones como consecuencia del permiso oficial concedido de quince días.


El regreso al cuartel resultó bastante duro.


Como se suele decir: una imagen vale más que mil palabras.


Aquellas maniobras en Sort resultaron ser un tocamiento de pelotas considerable y un resumen apropiado de lo que fue la mili en general.


Poco a poco (nunca he tenido un sentimiento tan vivo de la lentitud del paso del tiempo como entonces), iban pasando los meses.


Con la llegada de noviembre, nos convertíamos los de nuestro reemplazo en la piedra, de tan duros que nos habíamos vuelto en defensa de la Patria ante una posible invasión por el norte de los franceses. Eso significaba que nos quedaban noventa días.


Si en las Historias de la puta mili, de Ivá, uno de los personajes más entrañables es el sargento Arensivia, nosotros teníamos al sargento Moratinos, vivo retrato del personaje de Ivá.


Enero supuso una enorme decepción. Deberíamos habernos licenciado pero el glorioso ejército decidió que por 727 pts al mes, tenía dos médicos y un ATS por la cara.


Despedir a tus compañeros de reemplazo y quedarte tú allí, fue bastante duro.


Siguió febrero y marzo, aunque a esas alturas, estábamos ya tan deprimidos que ni ganas había de dibujar.
El 15 de abril de 1985 pasé a la reserva y ¡por fin! me dieron la blanca.
Ha pasado el tiempo suficiente desde entonces como para ver todo aquello, que en su día fue una verdadera pesadilla, como algo casi anecdótico en el que los buenos momentos pasados con los compañeros prevalecen en la memoria sobre los malos momentos que fueron muchos y a menudo difíciles.

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