lunes, septiembre 24, 2012

El triángulo sagrado: antes y ahora

Grecia exige al viajero un continuo y exhaustivo ejercicio de imaginación. Todos los templos y construcciones de su época clásica están destrozados en mayor o menor medida. Tratar de imaginar cómo debió ser aquella época de gran esplendor de Grecia resulta una tarea complicada. El Partenón de la Acrópolis de Atenas, dedicado a la diosa Palas Atenea, el templo de Poseidón en cabo Sunión en el Ática y el templo de Afea en la isla de Egina, constituyen lo que se denomina el triángulo sagrado.


En la actualidad, la fachada oeste (la principal) del Partenón resulta ser un amasijo de andamios y grúas en uno de los episodios de restauración, que no reconstrucción, más lento y laborioso que se está llevando a cabo.


Hace una veintena de años, la imagen del Partenón que se plasmó en mi retina es más parecida a la foto siguiente.


Pero, ¿cómo poderse hacer una idea de lo que podían ver los griegos cuando acudían a la Acrópolis a venerar a la diosa patrona de su ciudad? El libro La Grecia Antigua. Los monumentos de ayer y de hoy nos ofrece la posibilidad de no hacer trabajar en exceso a nuestra imaginación.


El templo a Poseidón en el cabo Sunión, a 67 km. de Atenas se yergue sobre un promontorio mirando al mar. Este cabo representaba un lugar estratégico para los atenienses para el control de las vías marítimas en el Egeo. Además de albergar el famoso grafiti de Lord Byron, al que hicimos referencia en la entrada anterior de este blog, una notable curiosidad de este templo es el menor número de aristas de sus columnas, 16 en lugar de 20, con el fin de evitar, en la medida de lo posible, el efecto de la corrosión del viento salado que en Sunión es bastante notable.



Afea (la invisible) era una diosa de la luz hija de Leto. Se le atribuye la invención de las redes para la pesca. Fue venerada únicamente en el templo dedicado a ella en la isla de Egina. El templo actual probablemente fuese erigido tras la batalla de Salamina.



Pero por mucha ayuda visual que reciba nuestra mente para "reconstruir" lo que debió ser la época más dorada de la Grecia clásica, resulta inevitable que nuestra imaginación vuele, en cada cual a su manera, provocando efectos diferentes y resultados distintos. Por mucho que nos esforcemos, la destrucción de los templos y los edificios griegos, primero por los cristianos y luego por los turcos, es una prueba más de la estupidez a la que nuestra especie parece ser especialmente propensa.

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