jueves, octubre 14, 2010

La vida en blanco y negro

Para los que tenemos algunos añitos, gran parte de nuestras vidas discurrió en blanco y negro: el cine era en blanco y negro y la fotografía también. Grandes películas nos hicieron ver la vida así: Casablanca; Ciudadano Kane; Ser o no ser; Los mejores años de nuestra vida; y un largo etcétera que ocuparía páginas y páginas en la Red. Las películas en color nos descolocaron, en un principio, aunque nos habituamos rápidamente. Un proceso a la inversa se produjo con mis hijas. Acostumbradas al cine en color, alucinaron cuando vieron, por primera vez, Sombrero de copa, deliciosa película de 1935 interpretada por Fred Astaire y Ginger Rogers.
Desde bien pequeños, mi hermano inmediatamente superior en años, Toño, y yo heredamos la afición de nuestro padre por la fotografía. En casa teníamos una ampliadora y hacíamos nuestros pinitos en la oscuridad de nuestra habitación compartida de revelar nuestras propias fotografías en blanco y negro. Nuestra afición era tal que dedicábamos nuestros escasos recursos a la compra de revelador, fijador y hasta película virgen en rollos (salía más barato) que nosotros mismos, completamente a oscuras, cortábamos e introducíamos en la carcasa del rollo de película convencional reciclado para la ocasión. Con doce y quince años, respectivamente, hicimos verdaderas virguerías en materia de fotografía. Pequeñas obras maestras que no se conservan por la sencilla razón de que nuestra madre no opinaba igual que nosotros y aprovechaba cualquier momento para hacer limpia en nuestra habitación. Ni siquiera he conseguido recuperar la entrañable foto de mi hermana pequeña, con dos años, bañándose en un barreño.
Lo que sí conservo es un curioso archivo fotográfico, digitalizado para la ocasión, en el que el protagonista soy yo mismo.





El personaje más pequeño de la foto soy yo y se trata de mi bautismo con escasos meses de vida. En la primera foto, mi abuelo por parte paterna y mi tía, fueron mis padrinos. Mi abuela materna se encuentra al lado de mi tía. En la segunda foto, el que sostiene a mi hermana mayor en brazos es mi padre.





Como todos los críos a esa edad, debí ser de lo más encantador, aunque es probable que apuntara maneras, a juzgar por la cara de preocupación de mi madre, más significativa en las siguientes fotos, y eso que aún no tenía el año de vida.





Así no es de extrañar que un día, hace ya tiempo, mi madre me lanzara una maldición: ¡Ojalá tengas once hijos y los once sean tan brutos como tú!.
Afortunadamente su maldición no se ha cumplido.
Es probable que para las nuevas generaciones, la fotografía en blanco y negro no tenga el sentido que podamos dárselo nosotros. ¡Es lógico! La triste vida gris de la postguerra nos ha llevado a una vida de prosperidad y color, aunque la actual crisis económica le haya dado un tinte indefinible.
Para los que nos criamos con el blanco y negro, éste siempre tendrá un sabor especial, como es el caso de los adorables y entrañables años veinte y el erotismo de aquellas deliciosas fotos que serán objeto de una próxima entrada.

A mis creadores.

martes, octubre 05, 2010

Atomium

Con sus 103 metros de altura, el Atomium es uno de los emblemas de la ciudad de Bruselas, ciudad emblemática en sí misma y protagonista de una entrada reciente con motivo de nuestro viaje a Bélgica este verano.



El Atomium se construyó para la Exposición Universal de 1958 y representa un cristal de hierro ampliado 165 mil millones de veces. Está formado por nueve esferas de acero de 18 metros de diámetro cada una.



Cerrado por un proceso de renovación, abrió nuevamente sus puertas en el año 2006, motivo por el cual Bélgica emitió una preciosa moneda conmemorativa de 2 €.



Aunque de obligada visita a su interior, lo cierto es que es mucho más impactante por fuera que por dentro.



Nos estamos refiriendo al Atomium.







Aunque desde el interior, las vistas del exterior son igualmente impresionantes.