Hemos estado el fin de semana en Italia. Hemos ido a la boda de
Alex, un familiar lejano en ambos sentidos: su madre es prima segunda nuestra; y, además, vive muy lejos, en Italia. El destino era
Como, en el norte de Italia en la
Lombardía. Por esa razón sacamos los billetes de avión a
Bérgamo, destino de la línea aérea de bajo coste
Ryanair.
La idea era alquilar una furgoneta (íbamos ocho personas en representación de España) para ir hasta
Como. Nuestra sorpresa, después de sacar los billetes de avión, era que nuestro
sobrino Alex no se casaba en
Como sino en
Pratavecchia, una
frazione de
Dronero en la provincia de
Cuneo, a 284 kilómetros de
Como. Resulta que ni
Alex ni nadie de nuestra familia de Italia ha vivido nunca en
Como. ¿De dónde la mala interpretación del destino? Seguro que la culpa es de
Miguel Ángel, uno de los integrantes de la expedición española.
El viaje no empezó especialmente bien. El madrugón resultó un poco perjudicial para nuestras dormidas neuronas; para empezar, nos pusimos en la cola de embarque para
Tenerife. Cuando el mosqueo empezaba a resultar importante al comprobar que todo el mundo se
nos colaba, fue cuando nos percatamos de que estábamos en la cola equivocada.
Bueno, no deja de ser una anécdota (una de tantas) dentro de cualquier viaje, de no ser porque el número de anécdotas se fueron sucediendo de forma sucesiva de tal forma que hubo momentos en que dudábamos de llegar a la boda.
Parece impensable suponer que con un Navegador GPS se pueda perder alguien, ya sea en Italia o en la Conchinchina. Bueno, pues nosotros logramos esa proeza: perdernos pese al navegador. Esas cosas pasan por no haber hecho el cursillo de GPS con
Boadillaventura.
Al final llegamos a tiempo.
Pratavecchia se puede definir con tres palabras:
no hay bares; motivo por el que tuvimos que tragarnos toda la ceremonia de la boda que, como nos habían anunciado, es considerablemente más larga que en España (muy considerablemente).
La verdad es que no estuvo mal del todo. A la salida la consabida lluvia de arroz. A este respecto hay que decir que los italianos son un poco brutos: sólo les faltó tirarle los paquetes de arroz enteros a los novios, tal cual.
Felizmente casados,
Alex y
Laura desaparecieron. Supusimos que para aligerarse del sobrepeso generado por el arroz.
Y nosotros nos dirigimos al banquete, para lo que hay que mencionar que no nos perdimos gracias a que no usamos el Navegador: utilizamos el método tradicional de toda la vida, seguir al coche de delante.
Hay que reconocer que las bodas en Italia son curiosas. Quizás debiéramos decir que la boda en la que estuvimos resultó curiosa, ya que no tenemos más elementos de juicio que la que estamos reportando. Ni que decir tiene que lo pasamos genial. Mi cuñado
Carlos, con dos vasos de sangría, se nos transformó en intérprete, esto es, nos
interpretaba lo que decían los italianos; nada que ver con el concepto de intérprete en el sentido de traductor.
Pero hay que decir que estuvo todo muy bien, incluso cuando dimos la nota los españoles y vestimos al novio de torero y le cantamos el
Porompompero para el que estuvimos ensayando toda la noche cada vez que nos teníamos que salir a la calle a fumar un cigarro. Incluso teníamos preparado un
bis para el caso de que nos lo pidieran.
Pero no nos lo pidieron.
Veinticuatro horas después de habernos levantado, conseguíamos pillar la cama para recuperar las fuerzas para el día siguiente. Pero eso se merece otra entrada diferente.
Continuará