viernes, julio 23, 2010

Treinta y dos en la carretera (última parte)

El Valle de Arán cuenta con pequeños hermosos pueblos imposibles de visitar todos ellos en tan poco espacio de tiempo. En Viella, Marian disfrutó de una sesión de spa en el Parador para ella sola previo a una corta excursión a Casau a menos de un kilómetro del Parador.





No nos encontramos a nadie por sus calles, parecía vacío. A la mañana siguiente fuimos a desayunar a Arties, a pocos kilómetros de Viella y donde se encuentra otro Parador que no figuraba en nuestra ruta.





En lugar de ir a Bielsa por Francia, lo hicimos por España. El Monasterio de Obarra



y Ainsa fueron paradas obligadas. En este último pueblo interesante refrigerio de callos con garbanzos.





Aunque Bielsa está cerca de Ainsa, forzosa parada en Bielsa antes de llegar al Parador (a 14 kilómetros) para tomar un café y desesperezarse de la modorra provocada por los callos.



Discurriendo por el Valle de Pineta, remontando el río Cinca, llegamos al Parador de Bielsa, ubicado en un bello paisaje donde comienza el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido.





Pequeño safari entomofotográfico por los alrededores del Parador. Localización de un cardo infestado de pulgones y recolección de estos para los otros integrantes del viaje, las mariquitas. Como quiera que en el parque está prohibido, entre otras cosas, recolectar animales, plantas, hongos, minerales o rocas, hay que decir que los sabrosos pulgones que fueron ofrecidos a nuestras mariquitas se encontraban fuera de los límites del Parque.





Además, esa noche se disputaba la semifinal del Campeonato del Mundo de Sudáfrica 2010 entre España y Alemania. Nunca había visto una semifinal de un Campeonato del Mundo en un Parador Nacional, como tampoco había pasado dos noches seguidas en un mismo parador, como ocurriría en Bielsa. Al día siguiente, mi mujer me tenía preparada una sorpresa: excursión en 4x4 por el Parque de Ordesa, motivo de la estancia de dos días en dicho Parador.
Esto planteaba un pequeño inconveniente no previsto: ¿qué íbamos a hacer con la treintena de mariquitas que nos acompañaban? Dejarlas en el coche hubiera supuesto su muerte segura después de casi todo un día al sol. En la habitación del Parador no podían quedarse, al menos, a la vista. Solución, la caja fuerte de la habitación.



Es imposible describir Ordesa con palabras. Hay que verlo, admirarlo y, sobre todo, sentirlo.



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