Sin nada que envidiar a los chocolates belgas, conseguir esa coloración verdosa del abeto resultó todo un prodigio técnico del cual no me enteré más preocupado en devorar el arbolito que en otras cosas.
Casi daba pena la necesaria amputación a la que fue sometido el arbolito.
Ni siquiera la maceta se salvó.
Mi personal aplauso y felicitación a la maître, mi hermana Chelo, vestida de cocinera para la ocasión. Solo le falta el típico gorro de cocinero.
¡Ah, se me olvidaba! ¡Feliz Año 2011!
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