En gran medida, es así como puede denominarse a la ciudad de Florencia, Patrimonio de la Humanidad y cuna de grandes artistas del Renacimiento. Leonardo da Vinci y Miguel Ángel, toscanos ambos aunque ninguno nacido en Florencia, contribuyeron al enriquecimiento cultural de esta maravillosa ciudad. En el exterior de la Galería Uffizi, las estatuas de ambos comparten protagonismo con otros ilustres como el florentino poeta Dante Alighieri.
Vasari, en su libro Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos nos habla del desprecio mutuo que se profesaban. A su regreso a Florencia en 1503, Leonardo, 23 años mayor que Miguel Ángel, se encontró con un joven que deslumbraba ya a la ciudad con sus obras. Se constituyó un consejo para determinar la ubicación del impresionante David que Miguel Ángel acababa de esculpir, una de las esculturas más famosas del mundo cuyo original se encuentra en la Galleria dell'Accademia actualmente.
Leonardo formaba parte de ese consejo y propuso colocarla detrás de un murete frente al Palazzio Vecchio para que no molestase en las procesiones y los actos públicos. El original estuvo en la Piazza della Signoria hasta 1873. Desde 1910 una réplica de la escultura ocupa el lugar del original en la fachada del Palazzio.
En la pared del Palazzio, muy cerca de la esquina que queda próxima a la Galería Uffizi, se aprecia uno de los primeros grafitis escultóricos que popularmente es atribuido a Miguel Ángel, un supuesto autorretrato que según cuenta la leyenda fue esculpido por el artista de espaldas a la pared.
Leonardo y Miguel Ángel coincidieron poco después cuando fueron elegidos para decorar el Salón de los Quinientos del Palazzio Vecchio. Debían realizar cada uno un fresco de una batalla: la de Leonardo sería la de Anghiari sobre la pared de la derecha, en la que los florentinos vencieron a los milaneses; y Miguel Ángel representaría un episodio de La batalla de Cascina, acaecida en 1364, en la pared opuesta. Las dos pinturas debían realizarse sobre unas paredes de 7 metros de alto por 17 metros de largo. Miguel Ángel abandonó pronto el proyecto al ser llamado a Roma por el Papa Julio II, concluyendo apenas el cartón de su obra. Leonardo, con serios problemas técnicos, tampocó la terminó, pese a que, para evitar lo sucedido en La última cena de Milán, recurrió a la técnica del encausto. Ambas obras se han perdido y solo se conservan copias de otros autores, una de Bastiano da Sangallo de la parte central de La batalla de Cascina, y la de Rubens en el Louvre de La batalla de Anghiari.
Benvenutto Cellini en sus memorias dijo de ellas: Mientras estuvieron intactas, fueron la escuela del mundo.
Continuará: Florencia bien de mañana
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