Si la semana pasada reconocíamos que no somos héroes, hoy quiero expresar algo que es muy jodido de explicar y más aún de asimilar. Unos días después del fallecimiento de mi hermana, Pablo, mi cuñado, me planteaba una duda que él tenía y que todos, seguramente, os habréis formulado: ¿se hizo lo correcto? ¿se le dio alguna oportunidad a mi hermana Mari Mar? No tuve ningún reparo en darle la razón y decirle que, efectivamente, no hicimos lo correcto. Aunque sea completamente cierto que, en aquellos momentos, la consigna era evitar la saturación de los Hospitales en la Comunidad de Madrid, a mi hermana se le negó durante cinco o seis días el tener una posibilidad añadida para luchar por su vida. Es cierto que en aquél momento era Salud Pública la que decidía qué había que hacer con cada paciente sospechoso de coronavirus. Os puedo asegurar que en aquellos días el famoso teléfono 900102112 era un auténtico teléfono fantasma; el 112 no daba abasto y era imposible que te lo cogieran; lo mismo ocurría con el 061. Mucha gente se quedó, como vulgarmente se dice, a la buena de Dios, entre ellas, mi hermana. Y nosotros tratando de tranquilizar a la gente y diciéndole: (¡vaya mierda!) que se quedaran en casa. Sería muy fácil decir que hice lo que debía hacer. Pero no es así. Al igual que con mi hermana, probablemente contribuí con ese mensaje a que algún que otro paciente fuese condenado a una muerte segura.
A diferencia de otra gente que cuando toda esta mierda pase, se escudará en cualquier excusa inexcusable, yo quiero entonar un Mea culpa por algo por lo que desde siempre me he sentido orgulloso a lo largo de mis más de treinta años de ejercicio como médico: asumir mi responsabilidad. Los protocolos están para, en muchos casos, saltárselos y yo lo he hecho a menudo. Un protocolo es una guía de lo que es aconsejable hacer; pero no es la Biblia. Lo que más lamento es no haber sido capaz de haber mandado a la mierda un verdadero despropósito de protocolo de actuación para dar una oportunidad a mi hermana y, seguramente, a muchas otras personas.
Allá cada cual. Cuando todo esto haya pasado, veréis a mucha gente que no da ni dará la cara por los innumerables errores que nos hemos visto obligados a cometer y que han sido muchos. Pese a ellos, junto a todos mis compañeros, hemos estado ahí al pie del cañón. A mí no me duelen prendas por reconocer mis errores y decirlo. Al fin y al cabo, yo tengo algo que se llama conciencia; un jodido Pepito Grillo con el que tengo que convivir día a día y con el que necesito llevarme razonablemente bien.
Disculpad mi lenguaje a menudo soez y, lo dicho, cuidaros mucho y… ¡quedaros en casa!
sábado, abril 25, 2020
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